domingo, 4 de agosto de 2013
Hubiera podido golpearlo, patearlo, insultarlo, abofetearlo, descargar toda su ira contra él. Pero - siempre calculadora ella - hizo algo más simple y aún así mucho más doloroso: lo saludo, como lo habitual, pero esta vez con un frio beso en el costado, el más frio que alguien haya recibido jamás. Es ahi cuando supo que no había nada que rescatar: solo quedaba darse la vuelta, afrontar la batalla perdida y grabarse en la memoria la sensación de desprecio de ese mezquino saludo, para así nunca más volver a hacer lo que le hizo a ella.
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